Un sendero fluorescente fue la apuesta de Bolaño por las melodías y también por una sobresaliente capacidad narrativa inédita en sus anteriores proyectos. Ahora Luminosa, su primer álbum dentro de la disciplina de Sonido Muchacho, viene a confirmar todo lo que se apuntaba en su debut discográfico como Estrella Fugaz.
En Luminosa todo el bagaje de Bolaño como músico avantgarde se abraza con el gusto por el concepto clásico canción, lo que da en un álbum arrebatador, que se lanza a tumba abierta en pos de nuevos caminos y, al tiempo, rinde reverencia a su particular santuario pop. Un buen ejemplo de ello son las dos canciones elegidas como singles de este disco. En Una DDH y el Electr-o-pura, que cuenta con la aportación vocal de uno de los futuros grandes nombres del pop nacional, Valdivia, la estructura de la canción apenas respeta la construcción clásica de estrofa y estribillo. Empujada por el dueto entre Lucas y Valdivia dándose respuesta en las voces, la canción se desarrolla como un adictivo ejercicio de kraut-pop de ritmo monocorde y líneas melódicas disparándose en diferentes direcciones.
El otro single del disco, En una cinta magnética, crece en dirección opuesta partiendo de un riff de guitarra acústica que no para decrecer y sobre el que se incorporan diferentes arreglos e instrumentos: desde la sutil percusión de Ricardo Ramos a una flauta travesera cortesía de José Delgado, omnipresentes ambos a lo largo del disco. Pero, aunque esos dos avances son representativos de dos maneras bien distintas de afrontar la composición, Luminosa está repleto de sorpresas y decisiones arriesgadas bien llevadas: la mano de David Rodríguez (Lucas toca la guitarra en su proyecto La Estrella de David) en la producción de La pastilla acerca ese tema hacia la sofisticación electrónica de clásicos de los años setenta como Cluster o Michael Rother.
El altillo de la casa de tus padres, el tema con el que se abre el disco, conecta con los ejercicios de nostalgia que marcaron Un sendero fluorescente. Y el socarrón sentido del humor, sociópata por momentos, que afloraba en las letras de aquel disco vuelve a estar presente aquí en temas como Las plantas o No soportas mi música, divertida y naive como en los mejores momentos de Vainica Doble. Por su parte No soy colombiano, ejercicio confesional de carácter autobiográfico, es al pop independiente de nuestro tiempo lo que Kyoto Song pudo representar para The Cure allá por los años 80: una deliciosa incursión por los territorios de la world music encerrada en los límites del mejor pop. El resultado de todo ello es un disco imprevisible y emocionante, en el que la personalidad de Lucas Bolaño se muestra a flor de piel, y debidamente arreglado por músicos como Betacam o el ya citado Ricardo Ramos, enrolados en esta aventura como miembros de pleno derecho cara a la representación del álbum en directo.