Andrea Buenavista ha llegado dispuesta a hacerte llorar a través de unos auriculares enredados, en el metro o en un Alsa a media noche. Pero también ha venido para gustar y hacer reír a todas las madres de cada lado del océano. Andrea Buenavista se presenta como una suerte de crooner, de las que susurran con despreocupación y voz grave sobre amor, despecho, corazones más vacíos que la despensa de una casa de verano durante el invierno, mentiras y todas esas situaciones cómicas que, vistas con distancia prudencial, brinda la amargura (como claman las folclóricas).

En 2019 se estrenó en solitario con esa pequeña y ácida joya titulada ‘Alguien mejor’ —una canción sobre un “hijo de puta” con todas las letras— y anteriormente quizá la escuchaste formando parte de conjuntos de pop subterráneo tales como el grupo ya de culto Los Lagos de Hinault y aquella aventura naif que fue Bar España, mano a mano con Santi de los asturianos Autoescuela.

La donostiarra juega a ponerse al mismo tiempo en la piel de María Jiménez y de Mink DeVille con éxito y sin despeinarse. Armada con una guitarra española, lo mismo se arranca por una ranchera que al estilo de una cantautora rockera de los años 70. Las modas y excentricidades no son para ella. Pasa de artificios y de los empoderamientos fingidos del mainstream, un territorio donde Shakiras y Nathy Pelusos parecen no permitirse mostrarse afectadas por nada.

Andrea Buenavista vindica, pues, a través de sus textos su propia vulnerabilidad y lo cotidiano, desde esa chulería que sólo se contagia a los hijos adoptivos de Madrid en bares de dobles y raciones. Y no se sabe aún muy bien si sus canciones te producen un nudo en la garganta o si directamente te agarran del cuello para asfixiarte como si de un crimen pasional al estilo de Pedro Almodovar se tratara. Aunque lo más probable, eso sí, es que no veas el momento en que quieras que te suelte, porque será demasiado tarde y entonces no sabrás a dónde ir.