“Estoy orgulloso de no ser como vosotros.”
Cinco años sin las canciones de Marcos Rojas ya eran demasiado tiempo negándosenos oír a uno de los músicos que mejor construyen canciones y más atención obligan a prestársele por las cosas que en ellas cuenta y de la forma en la que lo hace. Desde aquel último Ojos (Sonido Muchacho/Gramaciones Grabofónicas, 2014) que pusiera fin a la discografía de la banda que le dio a conocer, Los Claveles, Marcos había dado conciertos, había ayudado a otras bandas e incluso llegó a hacer una tentativa de composición a través de un sampler . Pero canciones, lo que se dice canciones nuevas, hasta este Homónimo de El Grajo no las había habido.
Quien ya conociera a Marcos por Los Claveles no tiene que temer nada: sigue existiendo en su música el componente “estallido”, prevalece esa predisposición al punteo de progresión infalible e intachable. Y las letras vuelven a estar compuestas desde la perspectiva del que se sabe situado al margen y hace bandera de ello, desde esa extraña intersección en la que confluyen la capacidad de contar cosas fuera del lugar común y el poder conseguir que no rechinen ni queden forzadas o, peor aún, impostadas.
Quien además de lo anterior fuese fanático de su anterior banda, va a disfrutar incluso más. ¿Por qué? Pues por el hecho de que han transcurrido diez años ya desde las primeras canciones de Los Claveles (aquellas imposibles de olvidar, aquellas trazadas a fuerza de concatenar sentencias sublimes una detrás de otra) El Grajo supone entrever que es Marcos de nuevo pero Marcos en t + 10, con todo lo que ello entraña: más desengañado, con otros gustos ( ahora se mira más a los grandes storytellers estadounidenses en la onda Lee Hazlewood o Gram Parsons) y a la vez con una idéntica sensibilidad, con un control íntegro sobre todos los elementos musicales cuando antaño era sólo guitarra. Y con la presencia en lo musical de un gusto por el folklore que antes sólo dejaba entrever en su lírica. Quien sabe si estas dos últimas cuestiones son por Miguelito Nubesnegras.
Ahora Marcos, bajo el nombre de El Grajo (y salvando todas las enormes distancias que existen), recuerda a El Carnicero, a ese protagonista de Sólo Contra Todos (Gaspar Noé, 1998) que iba mascullando un monólogo contra todo lo que consideraba fuera de lugar; se asemeja al clásico personaje de película del Oeste con unos parámetros morales a los que rigen la comarca en la que se ubica y que, precisamente por ello, se ve inmiscuido en toda clase de problemas y grescas.
El Grajo hace una música magnífica para oír en casa tranquilamente mientras se le presta -o no atención a sus letras, y otro tanto de lo mismo para asistir a sus conciertos a una sala. Pero la sensación que queda es que pertenece a otro tiempo, y que quizá será precisamente éste el que, ya a toro pasado, pueda cobijar este disco al amparo de otras grandes obras del género que vienen de épocas pretéritas al ahora. Pertenece a otras coordenadas. Igual con Marcos: supone mayor facilidad imaginarle cómodo tocando en una whiskeria de carretera frente a un público de emigrantes, meretrices, proxenetas y gente que pasaba por allí que en un bar del pop delante de gente que espera la enésima moda pasajera tocar acto seguido. Hay que alinearle con el bando al que pertenecen Tarántula, Eskorbuto y demás gigantes de la derrota.
Que te mejores.
José Sanz