No es casualidad que este disco de Ana Fernández-Villaverde se llame por fin LBQ, La Bien Querida, el nombre artístico con el que se dio a conocer en 2009. Desde Romancero, aquel primer disco, hasta Paprika (2022), han pasado siete discos y un puñado de himnos. Faltaba, sin embargo, el mejor de todos, una colección de canciones compuestas y ejecutadas en estado de gracia, elevándose varios palmos por encima para completar un círculo perfecto que sólo podía llamarse como ella, esa decisión atrevida que los artistas suelen tomar cuando ponen todas las fichas en el mismo número o, como es el caso, cuando ningún álbum los identifica mejor que ese.
Y eso es LBQ, en esencia: La Bien Querida intransferible y auténtica a los mandos de la composición de sus canciones y con los arreglos y la producción, como siempre, de David Rodríguez. Más despojada de sonidos con los que ha experimentado en los últimos trabajos, religiosamente indie en la manufacturación de unas canciones y un disco por el que se despeña feliz por asuntos que tienen que ver con el amor, su llegada y su partida, y estados de ánimo tan reconocibles como el Ni bien ni mal (“He salido a caminar durante horas, / hablo poco últimamente con la gente. / Pienso en todas esas cosas que olvidé / y en los planes que he tenido que cambiar”). “Pero me quedan muchos días buenos por vivir”, canta en una descripción alegre, bailable, de esos momentos en los que no estás ni bien ni mal, pero estás.
“Cuando estés solo y estés viejo, / querrás haberte quedado conmigo / Yo podría encenderte el fuego / te prepararía sandwichitos”, canta en S.O.S, un tema de despecho atravesado de humor tan fino como un hilo de metal. “No termino de gustarme”, dijo en Jenesaispop cuando publicó Paprika: “Algo que tiene este disco que no tenía Brujería es la mala leche. En Mala Hierba y Como si nada saco eso. Brujería era un disco muy romántico, y este no lo es tanto”. Pues bien: la mala leche ha vuelto y esta vez no deja prisioneros: “Cuando estés solo y estés viejo, / cuando te cuelguen los pellejos. / Cuando tu enemigo sea el espejo, / te torturará que esté tan lejos”. En Podría haber sido, maravilla de tema y de estribillo, también se pregunta “con quién vas a brillar” después de una ruptura. Está en LBQ, el álbum perfecto que todos esperábamos que llegase, el minucioso desaliño con el que La Bien Querida escribe canciones (“detrás de un adjetivo que me salve el día”, dice en Bar Dixie) y que registran la misma puntería generacional que hace quince años, cuando Romancero. Con la diferencia obvia de Estrella, la canción dedicada a su hija que no podía escribir entonces.
LBQ es el bellísimo disco sobre el que se asienta una carrera que responde a estímulos reconocibles, que son los de no permitirse concesiones que perviertan la apuesta solo por el favor del público o de la industria (industria a la que La Bien Querida recurre lo imprescindible). Si una trayectoria se mide por la comunidad que consigue crear, por los años de música que suman adeptos sin ocurrencias o peajes que distorsionen su manera de entender e interpretar su arte, LBQ es el ejemplo más deslumbrante. Aquí, en estas canciones, está depositado el mejor ADN de una voz que se abrió hueco hace quince años y sigue, impertérrita, construyendo una memoria a la que volver y que seguir construyendo.
“No sé amar ni odiar tampoco en mi vida inconsecuente, amo a veces como una loca, y odio de un modo indolente. Pero siempre dura poco lo que quiero y lo que no”, canta en Noche de Bodas.
Texto escrito por Manuel Jabois